El patriarcado y su ideología supremacista. Últimas manifestaciones

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Ejemplos recientes de la violencia machista: alarmante incremento de feminicidios; abuso, discriminación y represalias en el futbol femenino, a la luz de todo un país; inteligencia artificial al servicio de la explotación sexual de los cuerpos de niñas y adolescentes: caso Almendralejo.

Lamentamos profundamente escribir este artículo, no por nuestro pronunciamiento en sí, sino por los hechos que lo motivan. En los últimos meses, hemos sido testigos de cómo insignes representantes del orden patriarcal, con sus misoginias, expresan sin el mínimo cuestionamiento ético, el desprecio y la violencia contra las mujeres. Este es el sustrato de la violencia machista, una estructura que se sostiene y perpetúa con aplausos, palmaditas en la espalda, silencios cómplices, uso y cosificación de imágenes en cualquier dispositivo, y que de forma recurrente estalla en el asesinato de mujeres, en el acoso a niñas y adolescentes y en la vulneración permanente de los derechos de las mujeres. Esto es la violencia machista. 

Escuchamos, ya casi sin sorprendernos, como día tras día, siguen aumentando las cifras de   hombres capaces de asesinar a sus parejas o exparejas sentimentales, capaces de violentar o incluso asesinar a sus propios hijos e hijas, en un acto supremo de misoginia y desprecio por la vida de las mujeres y de criaturas a quienes les debemos amor y protección.  Esta es la violencia más desgarradora, aquella que nos lleva a retirar la vista del televisor y desear no haberlo escuchado. Esta es la violencia en contextos de paz, aquella que nos deja impotentes, la que no se puede procesar porque atenta contra todo principio, valor o condición de lo que llamamos humano. Esta es la violencia en contextos afectivos, dos palabras que nunca deberían aparecer en la misma frase. ¿Qué está fallando en nuestros estados de derecho, en nuestras sociedades democráticas?

Esta es la violencia machista, una violencia estructural que el orden patriarcal alienta y normaliza. No es una lacra, es mucho más que eso, es la consecuencia lógica de una estructura basada en la desigualdad y el privilegio masculino de ser hombres.  Forma parte de la construcción social del patriarcado, de un sistema de valores misógino que valida la violencia contra las mujeres para mantenerse en el poder.

Hemos sido testigos también estos días de cómo la violencia machista institucionalizada se manifiesta en la Federación Española de Futbol, un caso que nos muestra claramente como los valores rancios del patriarcado siguen estando presentes en los estamentos sociales. No solo hemos asistido en directo a un abuso de poder sexista, además hemos escuchado la creación de un discurso en el que se responsabiliza a la víctima, hemos comprobado con estupor el silencio y la complacencia de todos aquellos que no se posicionan en contra del abuso, así como la minimización de los hechos y de sus consecuencias.

Para que haya víctimas tiene que haber agresores. En la violencia contra las mujeres, no es suficiente que existan perpetradores del daño y el dolor, se necesitan además que haya consentidores. Cómplices impunes que, lejos de sancionar, alientan la violencia. Consienten todas aquellas personas que callan, que niegan, que quitan importancia.

Asistimos también a discursos de buenismo que, con máscara de protección, aíslan, excluyen y expropian la palabra de quienes confrontan el machismo. La sobreprotección infantiliza, despoja de derechos y dignidad. Si retiramos estas máscaras de justificación, nos encontramos con el castigo ejemplar.  Si te atreves a hablar, si te atreves a denunciar, si no te sometes a las presiones, serás castigada.  Bajo el nombre de protección aparece un mensaje claro: si te sales de canon, del redil, de la norma máxima patriarcal, serás castigada, expulsada, lo pagarás con tu propia vida o con tus proyectos e ilusiones, perderás cualquier logro que creyeras haber conseguido.

Es un castigo para la mujer que se ha creído con derecho a defenderse, con derecho a expresarse, pero también es una advertencia, una amenaza para el resto de las mujeres; si hablas, puedes despedirte de tus sueños, no progresarás, te irá mucho mejor si te mantienes en el lugar que el sistema te asigna.

Y ante esta amenaza, a veces velada y a veces explícita, ¿qué hacer?

 Afortunadamente las componentes de la selección, aún a pesar de las presiones, se han organizado y apoyado y juntas han podido responder con contundencia. Todo nuestro reconocimiento hacia esas jóvenes mujeres que, además, son todo un ejemplo de resistencia y protesta contra la injusticia patriarcal.

Otro ejemplo de violencia simbólica y cultural es el caso de Almendralejo. El uso de la inteligencia artificial para vulnerar los derechos de privacidad, los derechos sexuales, los derechos de imagen, la dignidad y la autoestima de las mujeres y, en este caso concreto, de las niñas. Son menores los que utilizan una aplicación que se ha creado para poder hacer estas cosas, ¿pero quiénes crean esta aplicación? ¿quiénes son? ¿qué mentalidad tienen estos hombres, los que están detrás? Y los adolescentes que han jugado con la imagen de sus compañeras de instituto, ¿qué pretenden con esto? Humillar, ridiculizar, divertirse a costa del sufrimiento ajeno. Son actos de poder.

Nos apena e indigna que, en 2023, siglo XXI, muchas cosas sigan siendo como antes, que adolescentes como éstos puedan tomarse como un juego el hecho de denigrar el cuerpo de las mujeres. Los adolescentes y los niños que utilizan estos programas, ¿qué piensan? ¿qué sienten? ¿qué valores tienen? ¿qué estímulos han recibido en la escuela, en la familia, a través de los medios de comunicación? ¿qué ha hecho que estos niños, que nacieron bebés inocentes, se atrevan a humillar, a ridiculizar, a maltratar de esta manera a sus semejantes, a sus compañeras, a las chicas. ¿Qué construcción de superioridad, de dominación tienen? ¿qué idea tienen de la sexualidad? ¿qué idea subyace acerca del cuerpo de las mujeres? Es muy grave lo que hay detrás, se llama violencia cultural, violencia simbólica y surge de la estructura sexista, misógina, que jerarquiza a los seres humanos: es la organización cultural del patriarcado.  La violencia que se manifiesta en todos estos hechos se traduce en palabras, en lenguaje, en imágenes. Se siembran semillas sexistas que se alimentan y crecen con la negación de la violencia machista, con la ocultación, con la ridiculización, con la normalización. 

Ahora se levantan voces de denuncia, voces que cuestionan esta realidad y hablamos de aquello que antes quedaba oculto: lo personal es político y lo político se hace personal. Sigamos poniendo palabras, contando, relatando, denunciando. Para recuperar y mantener la salud, necesitamos validar el dolor, favorecer y facilitar la descarga emocional, indignarnos con el abuso, la injusticia, el maltrato. No hay salud sin igualdad de derechos.

Nos gustaría no ser heroínas ni supervivientes, queremos vivir tranquilas y desarrollar nuestras vidas libres de violencias.

21 de septiembre de 2023

Junta directiva de la Asociación de Psicología y Psicoterapia Feminista (APPF)

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